Celine Reymond viene sorprendiéndonos desde el 2010 con la creación de un personaje atemporal y aventurero como pocos en el imaginario latinoamericano. Desde entonces cada nuevo encuentro con su música, a la par de un reto, se vuelve un impresionante caldo de cultivo de emociones y una selva inagotable de descubrimientos. Con su primer EP
Ambrolina de 2011, Kali nos ofreció un trabajo compacto que mezcla la tradición rítmica gitana con elementos modernos y una forma muy particular de contar historias. Souvenance (del francés Souvenir, también un lugar de peregrinación en Haití) es el segundo lanzamiento oficial de esta chilena cuya máxima es alejarse de lo literal, proponiendo un trabajo al cual se le otorga naturalmente un aire global con ritmos bailables que sobrepasan nuestras expectativas y que mantiene intacto el personaje.
Souvenance comenzó a sonar el año pasado con la delirante historia de familia
El Jardín, una aventura sonora que llevó a Mutsa y a los productores Cristobal Montes y Erasmo Parra a hacer pleno uso de una paleta de colores vivos y silvestres, revistiendo sus indiscutibles influencias balcánicas y bollywoodenses con algo de electrónica urbana y mística latina. El segundo avistamiento de
Souvenance fue la sensual y misteriosa
Canción de Amor Colla, en la que el fraseo sugestivo y la devoción crean un hechizo a ritmo de moonbahton que va calando más profundo con cada escucha.
Así las cosas, sólo hacía falta descubrir completo el disco para ver de qué iba todo el rollo creativo de Reymond y su combo, y el resultado no nos puede tener más contentos. Las comparaciones que alguna vez hicimos con M.I.A. las volvemos a airear, y en esta placa se ratifican por su eclecticismo e irreverencia. Souvenance se sirve de interludios precisos que le dan un carácter de mixtape (al mejor estilo de la chica de Sri Lanka, Santigold o el Buraka Som Sistema), trozos del imaginario Mutsiano que sugieren una calma inexistente en el resto del material que parece creado con el único propósito de hacernos bailar.
Traga Traga, un efervescente kuduro que cuenta con la colaboración del angoleño Francis Boy, lleva a Mutsa en su interminable periplo por las músicas del mundo, otorgando un carácter universal a su propuesta. Pasando por el entendido de una cumbia en su canción Cumbia de Pichi, esa que nos lleva de viaje por Latino-américa a ritmo de reggaetón: "Ha llegado el momento para nunca morir" canta Kali, y con suerte esta frase quedará grabada en su inmortal persona. Esta canción cierra la primera parte del disco, y es allí donde comienza lo mejor. Pasando por El Jardín de los encantos llegamos a un interludio que nos sacó muchas sonrisas. Al son de una gaita colombiana y entonando un refrán (bastante acertado) Kali comienza Cuna de Lobos, antesala de La Telenovela, un vertiginoso campo de baile en el que una frase podría tomarse por varias vías, incluyendo una crítica a la televisión: "Me he abierto puertas chupando todo a diestra y siniestra", algo así como El Carnal de la Estrellas de Molotov en clave hyper bailable.
Los pases de baile se van tornando necesarios hacía el cierre con Quispe, hasta que llega la calma definitiva con Tati Bal Bal (Viento Caliente) un conjuro rhomanés que se sirve de instrumentos andinos para crear una épica que cierra con broche de oro un disco en el que Mutsa juega a regalarnos sus recuerdos de mejores tiempos, de fiestas inagotables que pasaron en sus casi 100 años de existencia, clara muestra de su personalidad y gallardía. Este es sin duda un disco al cual solo podemos darle flores por ser "eso" de lo que poco se escucha en estos lares, un disco con personalidad, atrevido y disfrutable.
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