Escépticos nos hemos mantenido ante la fábrica de divas que ha promovido la productora CANADA (metiéndonos, por ejemplo, a la fuerza y con un arsenal visual impecable a Bad Gyal, que aún así nos sigue pareciendo música anodina) y cada vez nos sentimos más indiferentes a los videoclips de sus realizadores, pues parece que cuando más presupuesto tienen, más aburridos resultan (su último trabajo para Bomba Estéreo es insufrible).
Pero Rosalía ha venido a reconciliarnos, siendo otra de las nuevas divas CANADA, su propuesta brilla en ese inequívoco triángulo de virtuosismo, frescura y belleza, sin pecar de superficiales.
Que un artistas quiera renovar el flamenco no es noticia, pero el tratamiento que hace Rosalía, depurándolo y llevándolo a un estado de minimalismo y sofisticación tal, dota al flamenco de juventud, sonora y visual.
Malamente es la nueva canción/vídeo que nos ha dejado boquiabiertos, en sus imágenes se ahonda más en ese encuentro que plantea la música misma: un beso entre lo contemporáneo y lo tradicional. Como si la Historia de España se contara aquí, encontramos jóvenes toreros en jeans y solo parte de su indumentaria, haciendo sus movimientos sin toro alguno, como si la imagen entrañara también una crítica o un anhelo de evitar lo cruel de la práctica y conservar solo la belleza de sus ornamentos. Aparece también el repertorio religioso, un solemne monje púrpura que a la vez es un moderno skate sobre un tabla llena de clavos.
Y en este collage sí que hay tiempo para el amor, o el desamor. Nuestro hilo conductor es una letra enigmática que se expande como una plegaria, "Los corales me protejan, me salven, me iluminen, me guarden / Y por delante, no voy a perder ni un minuto en volver a pensarte", acudimos a un romance atravesado por la muerte, inolvidables las escenas de nuestra heroína siendo arrollada por un auto, o el impresionante levantamiento de su cuerpo con una máquina dirigida por varios hombres, y como pinturas, las escenas en que Rosalía maneja una enorme moto, que a su vez es la criatura que un torero mira de frente.
Cada frame es aquí una brillante fotografía y lo repetimos una y otra vez para encontrar nuevos detalles, como cuando años atrás nos maravillábamos ante el desborde de imágenes en el videoclip para Bombay de El Guincho. Aquí otro guiño: esta excelente canción ha sido producida por él mismo, Pablo Díaz-Reixa.
Hemos llegado casi al final de la fiesta. Cuando apenas reconocemos el nombre del dúo Hazte Lapón resulta que empiezan a despedirse.
Sin embargo, está disolución será más que digna pues involucra no solo un disco sino dos. Sin saber muy bien las razones de la despedida, esta joven propuesta nos dice adiós en dos entregas, una que ya ha sido publicada, otra que espera al otoño y sus hojas caídas.
Del cancionero Tu siempre ganas - Parte 1, que viene a completar una trilogía, extraemos La vida adulta, una bella canción con un video que nos tiene enganchados aunque haya en este momento otros sencillos en promoción, Sabes la noche o Walter Disney Corp, también a este orden hemos llegado tarde.
Pero es que La vida adulta tiene esas virtudes de himno generacional: una letra merecedora de fundirse en una placa, y una melodía eufórica, para saltar en un concierto, bailar en una habitación, o sacudir la cabeza con audífonos en la oficina, porque vamos, ya somos adultos.
Y es que con los años nos hemos vuelto tan convencionales que "nuestra familia ve signos de estabilidad, una epifanía para una nueva sociedad", al parecer somos ya buenos hijos, eficientes empleados, personas normales, pero es gracias a la música que seguimos a salvo de la uniformidad.
"¿Quién nos hubiera salvado del tedio?¿del alcoholismo?¿de la desventura?¿del posmarxismo?¿de la droga dura?" Disfrutamos el cinismo de Hazte Lapón pues aunque la aparente respuesta sea que La vida adulta nos ha salvado de la perdición, entre líneas nos sugieren mejores respuestas: de la desventura y de la severidad de esa dichosa adultez nos han salvado la música, el arte, y cómo no, el amor.
Desde su lanzamiento el año pasado como sencillo del disco The Navigator,Pa'lante ya se perfilaba como un hito en la canción protesta de este siglo. Quizá el nombre de Hurray For The Riff Raff, el proyecto de Alynda Lee Segarra, no nos diga nada a primera vista, pero este pedazo de canción hace todo para ponerlos delante de los reflectores. Es una pena que hayamos dejado escapar esta recomendación en su momento, pero si hay algo que hemos aprendido en esta labor es que a todo le llega su debido tiempo.
El director Kristian Mercado Figueroa y un increíble equipo da imágenes a esta poderosa canción, retratando a la par los momentos distintivos de la pieza. Ese inicio desnudo que nos pone la piel de gallina ("I just wanna prove my worth on the planet earth and be something"), la orquestación y ese emotivo desenlace cual coctel político, combativo y reivindicativo, esos Pa'lante que dan fuerza al oprimido, todo representado en la cotidianidad de una familia puertorriqueña post huracán María, en una belleza poética inconmensurable y con unos valores de producción indiscutibles.
Las palabras sobran para describir estas experiencias únicas que cada tanto vemos en los videoclips, nuestras lágrimas brotaron de lo más profundo en señal de empatía y apoyo con los afectados por el huracán y la negligencia política. Gracias infinitas por volvernos a conectar con nuestra humanidad.
A finales del año pasado Juan Roman Diosque reapareció en nuestro radar con un disco tan súbito como el mismo personaje que encarna detrás de su música. En Llanero(2017), el autodenominado bicho de culto, tranquilizó sus emociones en una especie de terapia post-festiva, causada por el álbum predecesor, Constante(2014). En su más reciente placa, Diosque nos obligó a ser parte de una aventura enhebrada con oscuridad y surrealismo.
Obrando bajo esos mismos síntomas lúgubres del disco, llegamos al reciente audiovisual para Lluvia. Dirigido por el también argentino Martín Piroyansky. El videoclip presentado se esfuerza en otorgar más capas de misterio de las que el track ya plantea. La narrativa se cuela por siete escenarios distintos donde el común denominador es un payaso abatido y poco sonriente, personificado por el mismo Diosque.
La rareza implicada en el videoclip no es algo que realmente nos extrañe. Si hay otro valor que hemos reconocido de nuestro bicho de culto favorito, es la anti-magia que utiliza para fundar sus canciones mórbidas y placenteras. Lluvia no es la excepción en cuanto a la puesta en escena. Siguiendo literalmente la frase “te vi mojada en el agua, (vi lo que necesito)”, el vídeo nos presenta al argentino empapado y con maquillaje corrido, presentándose como un personaje sin esperanza, pero aún así dispuesto a disfrutar algunos pasos de baile.
Seguimos fieles a los misterios con los que Diosque siempre está dispuesto a retarnos, sea visual o auditivamente.
REvisitar / REcordar / REcomendar. Nuestra ocasional sección para acomodar algunas palabras de amor sobre discos que conocimos a destiempo y ahora atesoramos.
Una pena que en el amarillo no haya una sola reseña a Rosario Bléfari, y una sorpresa, pues sus canciones nos han hermanado en esta redacción y le escuchamos tan seguido que sin duda su nombre reluce en nuestro altar.
Pero no es tarde, a catorce años de su edición, decimos que Estaciones es uno de nuestro álbumes favoritos de la música en español, y que hoy suena tan fresco y pertinente como debió serlo en aquel 2004. En su atemporalidad nos refugiamos.
Distantes ya de la separación de Suárez, aquella formidable banda, y tras editar Cara (2001) un modesto disco de letras cortas y experimentación electrónica, la artista encuentra una fórmula más audaz en Estaciones. Ya su portada hace una declaración de intenciones, más pop no podría ser: círculos de colores a modo de persiana y una Rosario expuesta, en bikini y con expresión de alegría, posando como una buena modelo, una diva sobre un par de tacones. Y es cierto, en este disco están presentes tales adjetivos: feminidad, pop, sensualidad, alegría, liviandad, sin prescindir del espíritu punk, descarado y nostálgico de su figura en Suárez. Es esta conciliación de valores la que hace de Estaciones una obra maestra, la plenitud de Rosario en un encuentro consigo misma del que nos hace afortunados testigos.
Desde Exactos entendemos el sofisticado planteamiento. Confiada en su don de letrista, nos invita a celebrar las coincidencias en una luminosa melodía, “Tu modo de encontrarme / y mi descuido / provocaron sin querer / esta gran casualidad”.
Simple y desenfadada, en Vidrieras retenemos al instante otra letra: “No te importa que nadie te quiera / solo te interesa ver las vidrieras”, cuántas veces nos hemos descubierto cantando por ahí estas líneas quizá hasta contemplando vidrieras, el uso de un lenguaje cotidiano y la sencillez de los arreglos musicales nos acercan muy pronto a la música de Rosario, sus canciones en nuestros audífonos y de golpe estamos sumidos en poesía.
Pero si tuviéramos que elegir una sola canción en la discografía entera de Rosario Bléfari seguramente diríamos Estaciones. Piedra angular y título del álbum, en ella se emplea la conocida metáfora del nacimiento y descenso del amor como los tiempos climáticos. En sutiles cambios de ritmo y melodía, experimentamos la transición de la primavera al invierno en nuestro afecto, y confesamos el habernos identificado más de una vez con este himno. Con la misma ingenuidad de la canción, hemos sufrido el desamor como definitivo, para sorprendernos después con la certeza de volver a ilusionarnos. “Pensar que ayer creí morir / hoy parece que puedo seguir”.
Ningún mensaje y Cartas son canciones hermanas, la correspondencia sin respuesta, el suspenso, el hilo de conversación que se rompe. En su educación sentimental, Rosario nos dice que no hace falta lamentarlo, “Nunca es el fin / todo estuvo listo para seguir / y también para terminar”, y algo nuestro se ha quedado del otro lado. “Las cartas quedaron de nuevo hablando solas / te sigo soñando / no creo que esté mal”, dos canciones tan hechas para ser dedicadas y sin embargo están solo para nosotros, como un diálogo interior, ante la ausencia de interlocutor. “A lo mejor te confundió mi forma de ser”, “Quién sabe si entendiste alguna vez”, frases similares a lo que nosotros mismos hemos llegado a expresar torpemente.
Mediodía nos alivia con su groove sofisticado, en un guiño al funk recibimos esta letra optimista que mejor recrea la portada veraniega y risueña de Estaciones. Mientras Nunca nos envuelve en una misteriosa melodía, acompasada por las manecillas de un reloj y se eleva como una oración, “Que no termine nunca esta cuadra, esta noche, este aire. Que no se acaben los días, que nunca esté completa la felicidad”. Esta canción hace parte de 4 women no cry, un compilado alemán estrenado el año siguiente (2005) por Monika Enterprise y que reúne la obra de cuatro artistas femeninas alrededor del mundo. Allí también aparece otra de nuestras favoritas de Rosario, la gran Partir y renunciar.
Un disco de catorce canciones donde cada una es un tesoro. Tenemos a Inocentes, que en su ligereza nos entrega una clara sentencia: "Lo que no pasó sigue estando acá”, y a Mejillas que en su colchón punk nos llena de emoción al describir el recorrido de la sangre por un complejo sistema de ramificaciones hasta llegar a iluminar el rostro de nuestro ser amado.
Y qué decir de Convicciones, otro dulce himno, otra sabiduría, la vida que se sacude ante la llegada del amor. “Yo creía que ya todo estaba inventado de algún modo, ningún espacio vacío, todos repitiendo todo / pero cuando apareciste, perdí la fe que me sostenía / pero cuando apareciste, mis ojos vieron lo que no veían”, y es que si nuestra reseña está poblada de citas a sus letras es porque el pozo poético en Rosario Bléfari es tan hondo que las palabras sobreviven a la música, es posible aislarlas y atesorarlas como literatura. De hecho, una selección de ellas aparece impresa en el poemario La música equivocada, cumpliendo así esa verdad institucionalizada por Bob Dylan: el músico como poeta. La propia canción encierra también un cambio de cimientos, a partir del minuto 2:05 oímos como en Convicciones se desgarra la melodía y aparece el guiño a la música de garaje.
Ya empezamos a agitar nuestros pañuelos de despedida. Viento helado es la última canción de Estaciones, y qué mejor. Un uh, uh, uh nos trae ese aire frío que impulsa al movimiento, como alimento para el alma, esta canción y este disco nos llenan de ímpetu, en una letra que no acabamos de descifrar sentimos un llamado, vislumbramos eso que llaman destino: “a veces creo que es preciso conocer, lo que se pierde en una tarde, lo que se gana de una vez”. Dani Umpi tuvo el honor de recuperar estos tesoros en un disco En vivo en Casa Brandon (2017) interpretando junto a Rosario canciones de uno y otro repertorio, en un velada que esperamos se repita.
Del 2004 al día de hoy han llegado otras canciones, la misma Rosario ha editado magníficos álbumes y nos alegramos de saber que su sed no se ha colmado, y tampoco la nuestra, pero somos caprichosos, y sabemos volver a beber de la misma fuente: sus Estaciones.
Silva acaba de firmar una de las canciones más bonitas que escucharemos este año, y quizá una de las más coloridas de la década que vamos despidiendo.
Aunque poco entendimos de su tercer disco, Júpiter, nos regocijamos en el encuentro afortunado con su nuevo sencillo, antesala a Brasileiro, su cuarto disco inédito que sale este mismo 25 de mayo. Antes, Silva estuvo versionando las canciones de Marisa Monte en un disco de estudio y otro en vivo, siguiendo la tradición de homenajes que varios artistas del pop latinoamericano hacen a sus maestros y contemporáneos.
Parece que después de este merecido tributo, las notas de Silva vuelven a la frescura de su debut, a estar más cerca de sus raíces. En A cor é rosa (El color es rosa) Silva saca a relucir el arsenal de percusiones brasileras, la cadencia tropical, los vientos decorativos, mientras mantiene la mezcla restringida, el objetivo no es explotar en pedazos ni exprimir las influencias, sino colorear cada nota para que todo quede en el punto perfecto entre calma y baile.
El encanto incrementa cuando descubrimos que estas notas acompañan una letra de amor y celebración a la vida. Entrañable esa segunda estrofa que arranca de forma inesperada, manteniendo la frescura, la sorpresa, ese acento que lo acerca cada vez más a Caetano y que nos asegura un escape del bullicio mental durante casi cuatro minutos de notas cálidas y amorosas.
Ignacio Herbojo, nuestro querido e inquieto cantautor argentino, ha revelado al fin un radiante segundo álbum, donde lo antes susurrado es dicho ahora en voz alta.
Cinco años separan a Solo (2013) de Terremoto, y cuántas mudanzas en ese intervalo, cambios de casas, de paisajes, de anhelos y siempre, un mudar de piel. Su debut: once canciones que en una frágil reunión de voz y piano se perciben monumentales. Su continuación: diez cortes en los que aquel sutil planteamiento es enriquecido por arreglos electrónicos de mucha dulzura, baterías y guitarras de la banda que esta vez acompaña y defiende el mensaje de Ignacio, lo proyecta con mayor seguridad, a un mejor volumen.
Terremoto es pues, el preciso encuentro del pop y la poesía.
La mano y el ladrido, con ese título de poemario, nos arroja a la corriente, desde el principio entendemos que cada canción es aquí una pregunta, una necesidad ante la que Ignacio enuncia: “Yo solo quiero oírte responder”.
En la incertidumbre reside también la emoción, Dar, poblada de bellas imágenes como “Olor a fruta tropical” o “Me siento fuerte, ardo diferente” nos presenta a un artista más festivo, luminoso, que sin perder el pozo poético articula con sencillez las palabras y se abre al baile.
Como potentes baladas, Desierto y Otra vez nos saludan, en ellas la intimidad se reflecta en canciones universales, como hechas para ser dedicadas, y nos quedamos con una hermosa línea sobre la reconciliación, el volver a “Combinar tu ropa y la mía”.
Ocaso, por supuesto, en el corazón del disco y con toda la ambición pop nos traslada a un paisaje veraniego, un viaje en autobus, un acontecer adolescente. Y que la palpitante melodía no nos distraiga de una de las letras más bellas del disco que confirma ese don sospechado en Ignacio: el poder de escribir canciones/poemas, letras que podrían existir en páginas de libros, sin música, o más bien con la música interior. Tal don le hermana con artistas tan queridas como Christina Rosenvinge o Rosario Bléfari (quien ya ha publicado sus letras en formatos editoriales).
A partir de esta mitad poderosa, Ignacio se ha permitido experimentar con la exoticidad: en Terremoto, que sucede sensual y calma, contraria a la promesa de su título, y Jugar en clave electrónica y segundos de vacío en medio, para sentenciar “Ya no somos lo mismo”.
Última habitación nos sorprende y hasta sonroja con el erotismo de sus palabras, lengua, mar, piel y sacrificio, y el ingenioso remate: “Después de hablar quiero coger”, ¿cuál será la acepción buscada en este verbo?
Y nuestra despedida: La pregunta. En un paisaje más oscuro, con metálicos sonidos que camuflan la voz de Ignacio, empezamos a divisar un refugio la incertidumbre, “Yo siempre volveré, y seré”, como animales nocturnos acostumbramos nuestras visiones a la noche y hallamos en ella el sosiego.
En Terremoto, Ignacio Herbojo mira pues al futuro, pule el cristal de sus virtudes y sostiene la bandera de la honestidad, demuestra ser un artista preocupado por entenderse y en su conversación interior limar las aristas de sus sentimientos, como hábil escultor, hasta obtener las canciones que hoy comparte y resuenan en nosotros, las abrazamos como una verdad, y sobretodo como una promesa.
Veinteañero, chileno, heredero de la canción romántica y apadrinado por Alex Anwandter se nos presenta Francisco Victoria. Muy pronto un nombre de peso se superpone al de nuestro debutante. Así de intensa es la sombra que se extiende sobre el disco que tras una primera escucha experimentamos el sinsabor de estar asistiendo a una réplica, si no fuera porque el mismo Alex hace las veces de productor.
Difícil reconocer lo genuino en un álbum donde se ha filtrado tanto la experiencia de un mentor, distorsionando la identidad de este novel artista. Aquí hemos querido ir a lo verdaderamente importante: las canciones, y en Prenda varias de ellas brillan con tanta fuerza, que nos importa menos si las ha firmado Alex o Francisco.
Marinos, el sencillo que nos acercaría al disco, es una potente balada que insinúa el baile y en una letra tan adolescente como encantadora, nos sumerge en la ansiedad frente al amor y la vida. Un acierto ese juego de palabras que en “Tengo miedo marino” nos remite a “Tengo miedo torero”, título de la bella novela de Pedro Lemebel.
Cruza el puente es nuestra favorita, contradictoria como la juventud, a veces nos dice "Qué felicidad sería enamorarme" y otras, "Qué felicidad sería no llorarte", dulcemente nos recuerda tantas despedidas, los sentimientos que hace años parecieron definitivos.
Y es que la edad podría marcar esa diferencia que bien queremos encontrar entre un disco como Rebeldes(2011) y el cancionero de Francisco. Las emociones se viven aquí con mayor ingenuidad, frases directas y un apego manifestado a flor de piel, un artista que no ha escatimado en exponerse. Y sin embargo no alcanza.
Quiero volver y Quiero que quieras saber de mí siendo buenas canciones dan ejemplo de lo reiterativo y cansino que llega a ser el álbum y su empeño en hablar únicamente del amor, su necesidad y su conflicto. Y si a esta repetición le sumamos los detalles en la voz y los arreglos musicales que solo recalcan y señalan la discografía de Alex, fácilmente vemos disuelto el rostro de Francisco.
Él, quien en una entrevista ha dicho que una de las bondades de trabajar con Alex Anwandter ha sido ahorrarse años de errores como artista, ignora quizá que el propio error y su duro aprendizaje pueden decantar en el brillo de la voz propia. Lo impecable aquí ha enfriado lo sincero.
Esperamos entonces que con el tiempo y desvinculado de la fórmula aquí empleada, Francisco pueda construir un repertorio personal, conquistar su propio espacio, pues Prenda, reconocido como un buen disco, funciona más como extensión de la obra de un reconocido Alex Anwandter, que el hallazgo de un artista adolescente.
Podríamos empezar explicando que PANXI es un collage musical entre melodías de electrónica rudimentaria y una voz que enuncia letras abstractas, inspiradas en manuales de instrucciones y avisos callejeros. Pero mejor si nos excusamos en este lanzamiento para esbozar un curriculum vitae de la gran Francisca Villela.
Su nombre aparece en proyectos que aquí atesoramos. Proveniente de Chile, le conocimos alrededor del 2007 como mitad ideal del dúo Prissa, completada por Javiera Mena. Juntas fabricaron una serie de canciones pop perfectas, que se quedaron en demos y aun así son esenciales en la movida independiente latina. Ni tú ni yo es el nombre del álbum que recoge aquellos himnos, nombres tan emocionantes como: Seamos amigas, Sé que acabaremos, y Disimulo ser. No perdemos la fe en verle editado un día, quizá el buen sello Infinito Audio quiera aventurarse, pues hace poco editó otro de los proyectos donde reluce la figura de Francisca.
Canción de amor desea verle nos traslada a 1998 en Santiago de Chile. Cinco amigas haciendo canciones avant garde, en un collage vocal (que podemos asociar directamente a la PANXI actual) donde aparecen frases inconexas, a veces sacadas de películas dobladas al español o fragmentos traducidos de canciones en inglés, toda una puesta en escena que homenajeando la cultura pop se convertiría en la materia prima para la carrera de cada una de ellas, por ejemplo, nuestra querida Sofía Oportot emplearía más tarde alguna de estas líneas para sus canciones en Lulú Jam.
Otro salto: ya en 2014 y viviendo en Berlín, Francisca nos regala otra joya de pop en español. Samanta fue el nombre que reunió a Javier Fernandez y Daniel Urria, también chilenos, tras coincidir doblemente, en Alemania y en la ambición musical. Su trabajo se remonta al 2008 pero solo años después saldría a la luz ese hito llamado Teorema a través del extinto sello Michita Rex, siete canciones que giran entorno al trabajo de oficina y el melodrama.
Toda la historia de la música independiente-contemporánea-chilena, se explica a través de Francisca Villela. Y hoy, PANXI. Cuatro canciones (y otras más en su Soundcloud), en las que a pesar de los cambios de nombre y de intenciones, percibimos el humor y la belleza, entre orgánica y robótica, de siempre.
En una suerte de Kraftwerk feminizado, cada canción nos invita al baile mientras sugiere múltiples paisajes: ciudades, rutinas y patrones, pero también imágenes del futuro, en un aire cinematográfico podemos inventar argumentos de películas con espías internacionales, complots gubernamentales y robots usurpando identidades humanas.
Nuestras favoritas: De qué se huye en el EP oficial, y Dios ausente en su lista de demos. La primera, coqueta e ingenua, con esa combinación de sonidos telefónicos y una letra que bien parece un comercial pero encierra un acertijo: "Amplia gama de posibilidades limitadas", perfecta para sonar en una fiesta junto a Pocket Calculator o Computer Love. Y la segunda, profunda en su aparente incoherencia, "Lo que está muy cerca y por eso no se ve", es como un poema musicalizado.
PANXI es pues un nuevo ejercicio, otro laboratorio de canciones en la prolífica carrera de la incansable Francisca, que se extiende también a la literatura y la coreografía. Cuatro canciones sencillas, disfrutables, o lo que aquí han sido: razón para hacer una pobre retrospectiva de una gran obra.
Otra buena nueva que nos trae el 2018 es el regreso formal de nuestra amada rapera/cantautora existencialista Dadalú. Recordemos que su disco debut, Periodo, salió en 2011, editado por la desaparecida casa editorial Michita Rex (suspiros). Entre tanto, Dadalú ha editado canciones sueltas, colaboraciones y ha sido una de las mentes maestras detras del dúo de lofi pop feminista Chica King Kong, que logró descrestarnos con la eterna Amor propio.
Más allá de esto, Dadalú se había mantenido fuera de nuestro radar, pero su regreso ha sido todo lo que esperabamos. Un triunfo en producción y el mismo encanto crudo que atesoramos en sus composiciones.
Escapista sorprende por su claro acercamiento a las melodías disco, recordándonos de paso a la preciosa Mediodía de la argentina Rosario Bléfari. Es grato descubrirnos frente a una canción de Dadalú que concilie la formalidad músical y sus letras sosegadas. Hay espacio aquí para un delirante arreglo de vientos, marca de la casa, de un rap contundente y de picos muy bien escalados, una melodiosa carta abierta al depresivo que llevamos dentro.
Sin tapujos Dadalú trata temas que nos agobian, en este caso a la enfermedad del siglo XXI, y aunque el panorama pareciede desalentador, una línea de la canción deja ver la luz al final o a la mitad de este tunel emocional: "Quisiera ser como una de tus elegidas, ¡mentira! quisiera sentir que nos abrazamos y tenemos la fuerza para afrontar esta mentira."
Tiempo Negro, el nuevo EP de Dadalú sale a través de otro fénix del pop chileno, el bienaventurado Sello Cazador que retomó sus lanzamiento de indie pop el año pasado. Apenas vamos reviviendo el encanto.
Como un exacto fenómeno astronómico, cada cuatro años se nos revela un disco de Javiera Mena. Ha sido una fortuna acompañarla en su travesía, de tímida cantautora a diva del pop, mientras sus canciones han sido banda sonora de nuestra cándida adolescencia a esta extraña adultez.
Su nuevo álbum, Espejo (2018), no parece reflejarnos completamente. Estos días de escucha nos han dejado una impresión similar a la de Otra Era (2014) y es que la mitad de sus canciones nos provoca fascinación, mientras el resto nos deja indiferentes. Es natural que a través de los años nuestra inquietud se desplace, como es natural que la canción de Javiera, siempre jóven, entable cercanía con generaciones que nos relevan.
Otro cambio nos ha tenido en vilo: sue llegada a Sony Music, siendo Espejo el resultado de esta dicotomía moderna indie-mainstream. Pero más allá de la reactiva nostalgia al perder una abanderada de la música independiente, consideramos apenas lógico este movimiento en su ambición pop.
Luz y sombra. El amparo de una gran discográfica ha decantado en una producción más limpia, cristalina. Para ello ha podido vincularse a nuevos y distintos productores, y reflectar desde su Espejo múltiples destellos, algunos que adivinamos más sinceros que otros. La oscura intervención de una gran discográfica se percibe en la mitad del disco que nos aburre con su molesto afán de hit, de sonar a la moda, pero nuestra esperanza se reconstruye cuando en medio del efectismo reconocemos un indiscutible y luminoso sintetizador, la melodía ingenua tan Mena queriendo salir a flote entre heladas aguas, como en la portada.
Las primeras canciones hacen un mismo llamado a la introspección. Dentro de ti, que aún en su timidez supo estar en lo mejor del 2017, es una suave introducción que logra cuestionarnos sobre la valentía de emprender un viaje interior. En cambio, la canción Espejo sí es una imponente declaración de intenciones, repleta de arreglos electrónicos que entre house y triphop noventero buscan la actualidad, invita a reflejarnos y reconocer nuestra verdad, en una metáfora más bien obvia.
Esa obviedad muy pronto llega a desesperarnos. Cerca y Aire son canciones cojas en sus dos frentes, música y letra, resumiendo lo que aquí consideramos el desacierto de este álbum: melodías maquilladísimas, que no escatiman en efectos y requiebros y aún así suenan genéricas. Cerca introduce el sampleo más irritante, una voz masculina distorsionada que nada dice. Ay, y las letras, ambas puestas en tan lujosas pistas lucen pobres, una fácilmente cursi y otra falsamente poética. Es que Javiera ha elegido las alegorías más manoseadas: espejo, alma, noche, orilla, magia, corazón, universo, constelación. Cómo no extrañar el tiempo en que su música nos enseñó el significado de unísono.
Extrañamente, Intuición nos ha cautivado aun en su artificialidad, porque ¿Qué es Li Saumet sino una moneda para valorizar un sencillo? Se nos ocurre una larga lista de artistas para una colaboración más honesta. Pero bueno, todo le perdonamos porque esta canción nos pone de muy buen humor por cobijarse bajo la sombra de grandes himnos como Todavía de La Factoría o Lambada de Kaoma.
Pero que no cunda el pánico, ya hemos dicho que hay una cara fascinante en este álbum, y como Javiera, tenemos el derecho a la contradicción. En un himno de música romántica digno de Juan Gabriel, Alma emerge en un luminoso teclado y nos entrega una letra más cuidadosa que celebra la soledad: “Estoy aquí, entera en el presente, acurrucando entre mis manos a mi herido corazón”, suspiramos ante la dulzura y el guiño a otra vieja canción suya: Acá entera.
Y a través del claroscuro hemos encontrado “Una escalera al infinito”, en la canción más rara y juguetona hallamos la perfección. Escalera es todo lo que hemos esperado del álbum, una melodía potente que fácilmente se enmarca con las bases electrónicas de Mena (2010) y en su letra tan escueta como abstracta percibimos al fin una intención similar a esa lejana canción llamada Perlas, de Esquemas Juveniles (2006). La asociación cobra sentido al saber que en ambas aparece la figura del músico Diego Morales, reconocido en el circuito musical santiaguino. Juntos han construido nuevamente una suerte de mantra, y la declaramos canción favorita, “Ay, por ahí”.
Al final del disco nos topamos con Noche, que repite el ejercicio de contener el esqueleto del reggaetón en una canción de pop luminoso, con una letra mejor articulada que sirve como plegaria de amor. Y Todas aquí, en su modesto feminismo, también limpia el nombre de Javiera como letrista mientras vuelve al pop más sosegado, de menos elementos.
No nos sorprende que la última canción resulte ser un baladón, a Cuando no la esperas sí que la esperábamos. Nos refresca escuchar la palabra cordillera, como el vínculo más puro que nos reconcilia con la artista que mucho admiramos, sabiendo, sin embargo que este Espejo es una fórmula en repetición, un esquema que de tanto amor desciframos con facilidad, la espiral de emociones y baile que bien conocemos, y quizá ya no tenemos tanto entusiasmo de volver a vivir.
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