Cuando Nina abre el disco en homenaje a Adriana Calcanhotto con un saludo a sus amigos Cris y Nina (miembros de Zeep) diciéndoles que se encuentra congelada pero a salvo en Londres, uno puede llegar a sentir el gélido paisaje cubriendo sus palabras y la resignación que nos lleva a un estado de calma inquietante. La misma sensación la sentimos en los minutos que dura Invierno, una mezcla de sonidos cálidos y fríos que nos deja en un punto medio, casi como si la distancia sirviera de catalizador, y es precisamente así como percibo la elaboración de este formidable disco.
Los 10 actos latinoamericanos que recrean canciones de Adriana tienen ese don de hacer canciones que juegan con los elementos de la distancia, las despedidas, los paisajes, los recuerdos, y al mismo tiempo recogen un conjunto de emociones y las compactan en minutos memorables para disfrutar en la turbulenta tranquilidad del hogar. Não moro mais em mim, Diez canciones de Adriana Calcanhotto que mis hermanos oyen, es una especie de disco compilatorio en honor a esta gran intérprete brasilera. Si no puedo bailar, no es mi revolución nos presenta esta joya de la música latinoamericana y en su afán por crear lazos culturales con sus pares en el continente, han logrado armar un mapa escueto de francas pinturas emocionales que este servidor aprecia desde lo más profundo. No por nada es mi disco favorito en lo que va del año.
En este orden de ideas el argentino Cineplexx le da continuidad a las notas cálidas de Zeep y en sus reconocibles construcciones de picnic cinematográfico nos regala su versión de Cantata (después de estar con vos) con un “paparapapa” ineludible. Franny Glass se acompaña de su guitarra para interpretar la que quizá sea la canción más confesa del disco. La letra va desde el desgarro y la desesperación, la exposición de la pobreza humana, más enfocada en las búsquedas personales, hasta una inigualable frase que retumba en la soledad: "Ven amor donde estés, me desperté y no veo nadie al lado".
En un giro algo inesperado, Los Mil Jinetes imprimen la nota hip hopera. Digo inesperado, pues de los chilenos solo conocía sus composiciones barrocas y oníricas. Cariocas, el track en cuestión, es uno de los destacados del disco, se mueve con soltura y el toque irónico que gana su lugar en la historia es reflejado con total fidelidad. Entre Ríos hace lo suyo en Vambora, un canto al ser amado que abandona el nido y en su inevitable huida solo resta pedirle una confirmación, una segunda oportunidad.
Por su parte los puertorriqueños de Balún consolidan un track etéreo, muy a su estilo, en los cinco minutos de Sudoeste, un singular viaje por las fronteras impuestas que ahora el sonido y las nuevas tecnologías nos permiten recorrer con soltura, dejándonos las puertas abiertas al momento más devastador del disco: la versión en dos idiomas que Jóvenes y Sexys hacen de Mitad. No basta remontarnos al inconfundible mensaje de la canción: “me siento tan triste, me pierdo en la sala”; los venezolanos llevan magistralmente la historia, en sus inicios nos permiten contemplar el encierro, luego nos abren las puertas a la calle y de allí en adelante es como si condujéramos un auto directo a la perdición en forma de mole emotiva multicolor.
Coiffeur interviene en el conciliatorio Unos versos. Es aquí donde vale interrumpir para elogiar las composiciones de Calcanhotto que conocen una estructura envidiable que gana en coherencia y sentimiento, cosas que muy raras veces se concilian. En esta tónica emotiva, Mima nos presenta el único track totalmente en portugués. Mentiras se acompaña de un arpa cortante, de musicalización minimalista que cae como gotas de sereno sobre el agua en calma. Finalmente, la siempre nómada, Lido Pimienta se vale de sus percusiones en caja de vallenato, de su órgano y sus coros programados y ecoicos para despedir con sabor hipnótico, esta suerte de mole emotiva, mitad compilado, mitad tributo.
Diez canciones últimamente suele presentarse cómo un número más que suficiente para darle trascendencia a un disco, en este, la ecuación no se reduce a la técnica ni al número de colaboraciones, sino que reposa en el valor agregado, el espíritu que se respira en cada composición, en la interpretación de estos actos latinoamericanos que construyen puentes culturales y nos dejan las puertas abiertas a descubrir iconos de la música brasilera, más allá de eso, quizá a descubrir nuestros sentimientos, cómo si abriéramos la ventana de la casa y en lugar de mirar el exterior se nos reflejaran las entrañas, inevitable forma de reconocernos.