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Foto: Playboy |
Podríamos hablarles por horas de cómo
Superaquello nos iluminó la cara en más de una ocasión con sus ocurrentes juegos de palabras y sus composiciones conceptuales. Podríamos extendernos horas en halagos por las líricas reivindicativas de
Lá la, de sus ingeniosas referencias a la comida, o de cómo los primeros discos de
Javiera Mena y
Gepe nos dibujaban un nuevo horizonte en la canción latinoamericana.
Edson Velandia con su humor ácido y derrochador,
Rita Indiana y sus imperiosas letras que reflejan el intrincado acervo cultural del caribe, sus penas y sus dichas. Podríamos escribir un libro sobre las formas en las que
Dani Umpi se ha apropiado de la canción melodramática para dotarla de un brillo particular que irradia el furor de la comunidad LGBTI+. Podríamos hacer varios homenajes a la obra de la recién fallecida
Rosario Bléfari, cuya fidelidad eterna a la canción popular introspectiva influyó en tantos artistas desconocidos, cómo las raíces de un gran árbol que crece en el matorral, de sus hijes musicales,
Violeta Castillo,
Paula Trama,
Luciana Tagliapietra,
Flavio Lira,
Carolina Zac, y un largo etcétera que nos resulta imposible de abarcar.
¿Podría
Diosque colarse en este altar de compositores de cualquier año? Su gusto por la experimentación y la poesía es realmente notable, aún así su canción más popular no sobrepasa las 400.000 reproducciones en Spotify.
Juana Molina dice más en
Un día que cualquier canción popular de radio fórmula, y aún así parece decir tan poco.
Él mató a un policía motorizado puede lograr que te derritas de ternura y que se te ponga la piel de gallina con las palabras más sencillas del repertorio lexical de nuestro idioma.
Las cátedras literarias en las canciones de
Christina Rosenvinge son igual de inagotables a su extensa discografía. En nuestra memoria emotiva aún retumban las composiciones entre folklore y rock n' roll de
Aterciopelados y
Café Tacvba. Asimismo compartimos el entusiasmo de genios de la canción popular aún más desconocidos como
Algora,
Joe Crepúsculo,
Cristóbal Briseño,
Emilio José o
Tony Gallardo, todos aportando desde la sombra de los grandes medios y las fórmulas radiales al enriquecimiento de un cancionero independiente que sólo espera por oídos curiosos para ser descubierto.
¿Qué tienen todos estos artistas en común? Además de ser en su mayoría desconocidos por el oyente promedio, podríamos decir que casi nada. Todos provienen de puntos geográficos diferentes, de influencias y visiones diferentes, pero todos obedecen al mandato ineludible de la canción popular: tener algo que decir, y conectar con el oyente.
Con esta premisa en mente, no desdeñamos de los logros obtenidos por otros cantautores y compositores en cuya obra somos poco aptos para sumergirnos, sea cual sea el género. Porque seguramente esos artistas también cumplen con las reglas que hemos anunciado previamente: tener su origen en cualquier punto del globo, contar algo en sus canciones y tener oídos que reciban su mensaje. Antes de juzgar el valor de las composiciones de un artista, comparándolas con las de nuestros eternos favoritos, preferimos aceptarlos por lo que sus palabras o mensajes tienen para contarnos de un mundo que parece desconocido para nosotros, un mundo y una cultura en continúa gestación.
Antes de comparar, criticar y anunciar el fin de "los buenos compositores", preferimos aferrarnos a lo que para nosotros es bueno. Es un dicho muy popular, pero para los gustos los colores, por lo que medir con el mismo rasero las composiciones de nuestros dioses de la canción popular y de nuestra generación con los ídolos de las nuevas generaciones, es un oficio odioso e inútil .
No es verdad que los buenos compositores estén en decadencia, no es verdad que debamos aceptar la imposición del mercado sobre lo que para el negocio es un buen compositor (así en realidad lo sea), no está bueno gastar nuestra energía replicando esquemas de odios y rivalidades, en todo caso es mucho más fácil y sano seguir haciendo el ejercicio de apartarnos de la masa y encontrar nuestros propios compositores del año, y eso sólo lo hacemos compartiendo lo que realmente nos gusta y no lo que no nos gusta ni estamos dispuestos a entender como fenómeno cultural y económico.
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Notas al pie de pagina:
El infame premio al compositor del año que ha incendiado las redes es entregado por la industria musical (del entretenimiento) a los artistas o músicos que están afiliados a la entidad que recoge las regalías por sus composiciones, por ende, estos premios siempre serán entregados a los artistas de su nicho, es decir cantantes de reggaeton y géneros afines o ultra populares, es endogamia pura.
Pretender que nuestros artistas favoritos de rock, pop, Alek Sinteks, Arjornas o Bunburys ganen este premio es por demás inocente e ignora por completo los tejemanejes de la industria. ¿Saben quién ganó este premio el año pasado? Maluma, baby!
¿Qué hacemos ahora?, ¿Nos seguimos quejando del premio o pasamos de pagina? Al final, el único reconocimiento que merecen los artistas que nos gustan es que compartamos su música y que prediquemos sus palabras.
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