sábado, 7 de marzo de 2015

Postales de una noche con Juana


ph: Julieta Graña

Hace un par de semanas, en un viaje relámpago, me escapé hasta la ciudad de Mendoza en Argentina. Iba en busca de sonidos nuevos, tratando de entender cómo se supone que se oye la música en la región de Cuyo. Según me dicen allegados… ahí están pasando cosas. Logré divisar un par de bandas y me traje unos cuantos discos que me permiten hacer un exhaustivo e inútil análisis de una región que tiene como telón de fondo la cordillera. Inútil porque no se puede encasillar la música en la geografía a esta altura del siglo XXI. Exhaustivo porque a veces creo que tengo trastornos T.O.C. Sin embargo no es sobre eso que quiero hablar en esta nota (ya habrá tiempo para esta región del continente).

Gracias a Facundo, un buen amigo que me lo sugirió, me hice un rato para ir hasta el Centro Cultural Le Parc ya que esa noche tocaba Juana Molina. Es difícil seguir sumando data nueva cuando ya mucho se ha dicho de ella, así que voy a hablar de todo lo que la rodea: su público. Digo que la rodea porque literalmente la disposición del escenario hacía que la gente se ubicara por todos lados para verla tocar. Es evidente que con ella se viaja y no se necesitan maletas. Lo digo desde mi condición cuasi profesional de viajero nómade y errabundo, en busca de un lugar donde poder descansar, al menos por una noche. Esa noche fue Mendoza.

ph: Julieta Graña
Juana Molina supo demostrarme que se puede viajar sin moverse, su música es un medio de transporte tan particular como las notas que se van alargando y encadenando en sus canciones. Juana es un mantra y propone con sus sonidos un estado que ni la lisérgica intervención de ciertas sustancias, que a veces nos sirven de compañía, puede trasladarnos.

Juana tocó el jueves 26 de febrero en la ciudad de Mendoza y fue difícil despegar. El concierto arrancó con un mal humor por parte de ella, bien entendido, uno de los cables o de los aparatos no estaba funcionando y mientras nos miraba desde el escenario blasfemaba a los cuatro vientos dirigiéndole miradas y rayitos laser al stage manager que habían puesto desde la organización.

Estaba molesta y no lo podía disimular, mientras Odín y Diego (teclados y batería respectivamente) se reían casi burlonamente y con cariño de Juana. Ellos sí que deben saber de los berrinches cuando las cosas no salen como ella quiere. Con un difícil despegue, el viaje fue en ascenso todo el tiempo.

Ella, como buen piloto, supo manejar los tiempos del viaje dándole al público un paisaje sonoro que por momentos agitaba neuronas y por momentos las relajaba. Se paseó por varios temas del disco nuevo. De hecho comenzó con Wed 21 a modo de presentación de show para luego continuar con Eras. Ella jamás toca dos veces una canción de la misma manera. A medida que el recital avanzaba los sonidos se iban acompasando con la energía de los presentes y los “temas” se volvían improvisaciones vocales que se multiplicaban o dejaban de hacerlo al ritmo de los pedales. Las miradas se yuxtaponían, se buscaban y depositaban en las de Juana, que parecía devolverlas sin miedo a cada uno de los presentes. Y como los argentinos son un caso aparte, la corearon como si estuvieran en la cancha, le hicieron cantitos futboleros (obviamente esto en Tokio, Berlín, Nueva York y otras ciudades no lo entienden) y pidieron “una más y no jodemos más” con el desparpajo que se hace con todos los músicos en este país. Juana se sumó a los cantos e incluso los musicalizó lo que hizo más interactivo el recital y puso al público como coautor de sus composiciones. Juana es Juana pero el apoyo que tiene con sus dos músicos que la acompañan hace más interesante su proyecto. La gente a mi alrededor de momentos se movía acompasadamente y acto seguido comenzaba a saltar, poguear e incluso hasta hacer un par de mosh. 

Tal fue la sorpresa que Juana al día siguiente puso en su cuenta de Facebook:

“anoche en mendoza no sólo hubo pogo sino que también hubo mosh!!!!! muy grosso, la pasamos bomba. atento konex, allá vamos!!!”

ph: Julieta Graña
Pasaron canciones como Lo decidí yo, Desordenado, Un día, Vive solo, Quién, entre muchas más que fueron recibidas sin resistencia por todos nosotros. Una artista llamada Julieta Graña que conocí ahí y que estaba exponiendo en el lugar una videoinstalación, cargando su cámara se encargó de registrar e inmortalizar para esta nota a Juana. “Me encanta cuando los pelos le caen en la cara y no se le ven los ojos” me decía mientras me mostraba los resultados.

El viaje llegaba a su fin y después de pedir varias veces repeticiones Juana y sus músicos se retiraron por donde llegaron con cierto asombro y cansancio. El viaje que conducía había sido intenso, largo y veloz. Luego del recital muchos se quedaron haciendo sociales, algunos intentaron acercarles discos al camarín y la mayoría de los hipsters de manual que pulularon esa noche se fueron diluyendo por las salidas del Le Parc hacia destinos que, por suerte, desconozco.

Y yo, con la voz de ella en loop resonando en mi cabeza, terminé en una estación de gasolina, trasnochado, con el baterista de una banda hablando sobre el amor en tiempos de tecnología, las categorías de la existencia y un montón de temas inútiles que se fueron desintegrando con la salida del sol por la mañana y mi vuelo de regreso a alguna otra ciudad.

Nota mental: quiero dedicarle estas palabras afectuosamente al flacucho guardia de seguridad, con aires de superhéroe, que asustado trataba de contener la valla de seguridad que empujaban más de un centenar de personas.

ph: Julieta Graña

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