En el prólogo a nueva aventura, Juan Manuel Torreblanca y su banda se prueban otros trajes. Vestidos ahora con sensualidad y brillos tropicales, invocan al baile en El candado, una canción poblada de detalles: a su esqueleto de voz y teclado se suman bronces, percusiones en clave africana, ornamentos electrónicos, marimba, flauta y hasta un maullido felino, cada uno ocupando su lugar y su tiempo en esta melodía que crece y coquetea con el dembow (o dreambow, el término que acuñarían nuestros queridos Balún) para estallar en un merengue festivo y liberador, cercano a la promesa de su letra, un himno a la inflexión, al alivio que trae la renuncia, el arrancar los gajos secos de un amor que ha dejado de ser, para dar lugar a nuevos brotes, "para bien o mal, para sobrevivir, para no matar, para qué maldecir, para qué gritar, para irme de aquí, pa' poder llorar".
Y el videoclip, una suerte de terapia de pareja futurista en la que dos apuestos personajes se someten a un abstracto ejercicio de discusión: entre la pelea física, el baile y el ímpetu sexual, con ese aire a Running up that hill de Kate Bush, hombre y mujer se enfrentan, se hieren y se funden, en la ardua, lenta, casi eterna, tarea de decir adiós.
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