Las fuerzas de la naturaleza inauguran Llanero, el cuarto disco oficial del argentino alias bicho-de-culto Diosque. La evocación es el arma con la que nos recibe Lluvia, oscuridad configurada en los sintes, goteos en percusiones y teclados, y sus característicos ánimos rarunos en las voces que se difuminan entre tanto sintetizador cadencioso y sexy. Un buen punto de partida para un disco que conjura hechizos ágiles y paseos por fenómenos naturales propios del llano tucumano, ese que retrata el pintor Demetrio Iramain en la portada, y que transitaremos desde su vertiente más oscura y apacible hasta la más explosiva y atractiva.
El paso siguiente lo toma Nudos y sus descargas eléctricas de dubstep y new wave, arreglos que mantienen la esencia del Diosque experimental gracias a glitches contemporáneos y luces neón de otra era. La Ruta del Viento, una de mis favoritas (el título se lo lleva Decirlo en el aire), continúa la senda pop del disco mientras acudimos a un nuevo encuentro con los fenómenos naturales que acá crean metáforas y parajes poéticos de exquisita belleza. Para coronar la pieza, no podía faltar una de esas frases contundentes del buen Juan Román: “A veces pasa, las palabras no encuentran asidero. El encanto del roce aguarda, decirlo todo no garantiza nada”.
La fuerza parece ser el motor del disco, repleto de esquinas de baile y arreglos atrevidos. Pero para equilibrar las cargas, Llanero se apacigua en dos momentos claves, como si nuestro caballo necesitara ir al paso después del galope. Este Canto Paga Todo que luego se autoreferencia en la efervescente Lo Importante, al lado del dúo Weste, y la hipnótica Hechicera. Sobre esta última, una pieza ambient de magia negra, vale la pena detenerse un rato para entender su trascendencia.
Hechicera ya hacía parte del repertorio en vivo de Diosque, una canción que te atrapa desde la primera escucha y que sorprende por su carácter folclórico. A pesar de los adornos electrónicos y del aura de misterio propio de su título, esta es una composición redonda de fácil recordación, cíclica en su forma, y tan sencilla como cualquier canto del folclore gaucho, al punto de que nos creíamos frente a un cover, que en últimas resulta ser una de las mejores interpretaciones de un canto popular en el siglo XXI.
La autoreferencia es otro sello característico del tucumano. Lo logrado en Semejante, lo que podríamos considerar la suite de la épica Broncedado (Constante, 2014) es de celebrar. Una especie de reggae transformado al antojo del autor, con sus sintes memorables y las distorsiones marcas de la casa.
Puntos flojos en Llanero, dos, y en canciones concretas. Este Canto Paga Todo, que luego de varias escuchas parece una tonada de poca trascendencia; y aunque me sigo emocionando con la segunda parte de Toca Mis Huesos, su inclusión en el tracklist es un desacierto, cual pieza que no encaja en el rompecabezas, seguimos sin descifrar la intención de su inclusión en el disco, muy a pesar de la producción de Jean Deon, nuevamente afilado en la búsqueda de estilos, ampliando el espectro sonoro de Diosque.
Como siempre, dejamos lo mejor para el final. Decirlo en el aire es una de las mejores composiciones del tucumano, una declaración de principios (en su cuarta entrega) y un paseo enérgico imperativo. Nuevamente el folclore argentino hace su aparición gloriosa en el cancionero diosquiano: la repetición de las estrofas, introducidas por un acento marcado, un fraseo arriesgado con una frase apabullante que explica la condición del autor: “Miro sobre la mesa, veo que no tengo palabras, es por eso que dedico mi tiempo al rito y al ritmo” y que luego de sonar contundente encuentra una coda apoteósica, un crescendo instrumental hecho a la medida de las intenciones. Es bailable, es raro, es folclórico, es arriesgado, es vanguardista, es distorsionado, es poético, es Diosque en casi cuatro minutos.
De momento, y como única conclusión posible a este nuevo disco del argentino, Llanero es una grata continuación de la marca alcanzada por su placa anterior. Reside acá el mismo ánimo de comunidad, de inclusión al oyente y al espectador, pero se mantiene la independencia, el atrevimiento, el indiscutible punto de partida para seguir explorando, esta vez con una bandera que ondeamos orgullosos: “La poesía no tiene dueño”.
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