
Ahora, con el lanzamiento de Linda Hamilton, nos queda suponer que Santa
Madero da un nuevo paso dentro de un plan a largo plazo. La canción en vez de
despejar dudas sobre el futuro de la banda nos deja con nuevas preguntas a la
par que expande la paleta de sonidos de los peruanos. En el buen sentido del
término, requiere unas cuantas escuchas para familiarizarse con ella.
Desde el primer segundo, el
momento más violento del tema, el sexteto declara cambio de ruta y nos lleva a nuevos
terrenos tormentosos. Los lamentos líricos son arrastrados por aquella marea salvaje
que termina resultando el apartado instrumental, lugar donde se mezcla, dream pop, psicodelia y la sofisticación
que ya les conocíamos. La laberíntica letra es parte importante en la mencionada
sensación de caos, por momentos indescifrable como un todo van cayendo oraciones
como inexplicables síntomas dentro de un mal mayor aún no identificado. Ciertos
recursos poéticos o de rítmica son identificables, como aquel siseo presente en
ese “sola azul se va, si bien, ya nadie
escucha”, quizás la línea que más queda en la memoria gracias a la
repetición de la consonante.
Sacrificar inmediatez por
tormento y complejidad no es un paso común para cualquier banda joven que recibe
atención en distintas partes de Latinoamérica, pero sí uno que demuestra valentía
e inteligencia. El sexteto es fiel a sus convicciones creativas y no cae en la complacencia
fácil, su segunda canción oficial se siente como un anti-single que
contrarresta el resto de su joven historia. Si el año pasado la pregunta era “¿Qué
es Santa Madero?” hoy la cambiamos por ”¿Cuáles son los límites para Santa
Madero?”.
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