Mi encuentro y posterior gusto por la música de Juan Román Diosque data de pocos meses, tiempo suficiente para instaurar sus letras en mi subconsciente. No recuerdo el momento exacto en el que me decidí a escucharle, pero cuando lo hice fue algo así como una apuesta romántica y un chance que se le da a un buen conocido. Terminé por apreciar cada texto y cada experimento del argentino y guardando mi nuevo amor musical como un tesoro inagotable, que más allá del ego… sólo es para mí (La Cura).
Todo comenzó con su disco de 2011, Bote, una placa que veía a nuestro héroe resurgir de las cenizas de la falta de fe en sí mismo para regalarnos un nutrido cancionero compuesto de frases que te acompañarán a lo largo de la vida. Este disco pudo ser perfecto al obviar unas cuantas pistas hacia el final, pero las 10 primeras canciones son razones suficientes para dejarse deslumbrar por su composición. Canciones como Ropa Prestada o Tren de Lucila siguen resonando gracias a los certeros ganchos líricos con los que Diosque conjura sus canciones: “En el freezer de mi mente estás vos, congelada y hermosa para mi”, o “Yo sigo igual, música en mi”, frases que logran remover fibras que van desde la sorpresa por lo retorcido y directo del mensaje, hasta la identificación por ceñirse a pasiones familiares. Este disco estuvo soportado en lo musical por pistas encantadoras de corta duración que sirven para acentuar las frases que en últimas son lo más importante.
Con este referente, la salida de Constante me parecía una nueva oportunidad de alimentar mi romance con las canciones de Diosque, aunque aún reservo mi favoritismo para con Bote, he de admitir que lo que hayamos en esta continuación no dista mucho de lo que ya conocíamos del cantautor de habitación. En cuanto a líricas estamos seguros de encontrar más de una razón para identificarnos y sorprendernos. Es en lo musical donde está el mayor giro de tuerca. Bajo la producción de Jean Deon, esta placa se mueve por senderos más ambiciosos y grandilocuentes, acercando la canción latinoamericana a terrenos bailables y de rítmicas arriesgadas.
Si tomamos el primer corte, Fuego, encontramos a un Diosque compacto entre líneas que se parten y se pegan dejando al oyente con el sabor de una confesión, pero a portas de algo aun mayor, un mensaje que trasciende entre flirteos con bases de hip-hop y un misticismo religioso. Constante es también el disco en el que Diosque se define en el panorama musical latinoamericano, eso queda claro al escuchar frases que introducen su particular aproximación a la escritura, el chico está consciente de su constancia y la durabilidad de su mensaje: “Si hablo debo ser eterno… aprovecho la eternidad mientras viva” extraída de su contundente single Una Naranja, o en El Típico Secreto: “Parece que soy un bicho de culto”.
Pero más allá de su papel en la escena, el cual parece dejar atrás el estatus underground o de músico de culto, para engrosar la lista de artistas preponderantes del movimiento indie latinoamericano, este disco también consolida la noción de tiempo de Diosque. Las recurrentes referencias a la eternidad (Una Naranja, Quise Minutos (de la eternidad), Fuego, Soy las 6) engloba el motivo de su luminosa portada y plantean una necesidad de trascendencia que sólo el tiempo mismo sabrá condensar.
Las canciones más destacadas del disco, a mi parecer, comprenden su primera mitad: los sintetizadores diabólicos de Una Naranja, el tropicalismo de La Cura, y el dance de Soy las Seis. Pero mi favorita es sin lugar a dudas Broncedado, una canción cíclica que induce al baile mientras nos instaura frases envolventes y eternas: “A veces no importa quién lo dice primero, sino quien lo dice mejor”, o “no me confundas, yo me confundo solo”, que dan paso a un enmarañado bailable al cual es casi imposible resistirse. La combinación de notas andinas, un bajo monstruoso y sintes galopantes la hacen brillar con luz propia dentro de un álbum repleto de constelaciones.
En Constante Diosque parece lograr eso que se propone en canciones como Arriba, llevarnos de paseo por la nada y obtener una imagen satelital de su visión musical, captar nuestra atención, interactuar, hacernos pensar y bailar, reconocerse en el panorama y subir para trascender. Sus deseos de eternidad o infinidad tal vez no sean saciados entre las personas que lo escuchamos, bien sabido es que el indie, y la industria musical en general, es un terreno muy impredecible, pero garantizamos que con esta placa el cantautor ha logrado volver eternas sus frases y es más que seguro que nuestro agradecimiento por sus notas va más allá de una línea de tiempo para girar infinitamente en nuestros universos personales.
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