Como un exacto fenómeno astronómico, cada cuatro años se nos revela un disco de Javiera Mena. Ha sido una fortuna acompañarla en su travesía, de tímida cantautora a diva del pop, mientras sus canciones han sido banda sonora de nuestra cándida adolescencia a esta extraña adultez.
Su nuevo álbum, Espejo (2018), no parece reflejarnos completamente. Estos días de escucha nos han dejado una impresión similar a la de Otra Era (2014) y es que la mitad de sus canciones nos provoca fascinación, mientras el resto nos deja indiferentes. Es natural que a través de los años nuestra inquietud se desplace, como es natural que la canción de Javiera, siempre jóven, entable cercanía con generaciones que nos relevan.
Otro cambio nos ha tenido en vilo: sue llegada a Sony Music, siendo Espejo el resultado de esta dicotomía moderna indie-mainstream. Pero más allá de la reactiva nostalgia al perder una abanderada de la música independiente, consideramos apenas lógico este movimiento en su ambición pop.
Luz y sombra. El amparo de una gran discográfica ha decantado en una producción más limpia, cristalina. Para ello ha podido vincularse a nuevos y distintos productores, y reflectar desde su Espejo múltiples destellos, algunos que adivinamos más sinceros que otros. La oscura intervención de una gran discográfica se percibe en la mitad del disco que nos aburre con su molesto afán de hit, de sonar a la moda, pero nuestra esperanza se reconstruye cuando en medio del efectismo reconocemos un indiscutible y luminoso sintetizador, la melodía ingenua tan Mena queriendo salir a flote entre heladas aguas, como en la portada.
Las primeras canciones hacen un mismo llamado a la introspección. Dentro de ti, que aún en su timidez supo estar en lo mejor del 2017, es una suave introducción que logra cuestionarnos sobre la valentía de emprender un viaje interior. En cambio, la canción Espejo sí es una imponente declaración de intenciones, repleta de arreglos electrónicos que entre house y triphop noventero buscan la actualidad, invita a reflejarnos y reconocer nuestra verdad, en una metáfora más bien obvia.
Esa obviedad muy pronto llega a desesperarnos. Cerca y Aire son canciones cojas en sus dos frentes, música y letra, resumiendo lo que aquí consideramos el desacierto de este álbum: melodías maquilladísimas, que no escatiman en efectos y requiebros y aún así suenan genéricas. Cerca introduce el sampleo más irritante, una voz masculina distorsionada que nada dice. Ay, y las letras, ambas puestas en tan lujosas pistas lucen pobres, una fácilmente cursi y otra falsamente poética. Es que Javiera ha elegido las alegorías más manoseadas: espejo, alma, noche, orilla, magia, corazón, universo, constelación. Cómo no extrañar el tiempo en que su música nos enseñó el significado de unísono.
Extrañamente, Intuición nos ha cautivado aun en su artificialidad, porque ¿Qué es Li Saumet sino una moneda para valorizar un sencillo? Se nos ocurre una larga lista de artistas para una colaboración más honesta. Pero bueno, todo le perdonamos porque esta canción nos pone de muy buen humor por cobijarse bajo la sombra de grandes himnos como Todavía de La Factoría o Lambada de Kaoma.
Pero que no cunda el pánico, ya hemos dicho que hay una cara fascinante en este álbum, y como Javiera, tenemos el derecho a la contradicción. En un himno de música romántica digno de Juan Gabriel, Alma emerge en un luminoso teclado y nos entrega una letra más cuidadosa que celebra la soledad: “Estoy aquí, entera en el presente, acurrucando entre mis manos a mi herido corazón”, suspiramos ante la dulzura y el guiño a otra vieja canción suya: Acá entera.
Y a través del claroscuro hemos encontrado “Una escalera al infinito”, en la canción más rara y juguetona hallamos la perfección. Escalera es todo lo que hemos esperado del álbum, una melodía potente que fácilmente se enmarca con las bases electrónicas de Mena (2010) y en su letra tan escueta como abstracta percibimos al fin una intención similar a esa lejana canción llamada Perlas, de Esquemas Juveniles (2006). La asociación cobra sentido al saber que en ambas aparece la figura del músico Diego Morales, reconocido en el circuito musical santiaguino. Juntos han construido nuevamente una suerte de mantra, y la declaramos canción favorita, “Ay, por ahí”.
Al final del disco nos topamos con Noche, que repite el ejercicio de contener el esqueleto del reggaetón en una canción de pop luminoso, con una letra mejor articulada que sirve como plegaria de amor. Y Todas aquí, en su modesto feminismo, también limpia el nombre de Javiera como letrista mientras vuelve al pop más sosegado, de menos elementos.
No nos sorprende que la última canción resulte ser un baladón, a Cuando no la esperas sí que la esperábamos. Nos refresca escuchar la palabra cordillera, como el vínculo más puro que nos reconcilia con la artista que mucho admiramos, sabiendo, sin embargo que este Espejo es una fórmula en repetición, un esquema que de tanto amor desciframos con facilidad, la espiral de emociones y baile que bien conocemos, y quizá ya no tenemos tanto entusiasmo de volver a vivir.
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