Nuestra querida pop advancer Le Parody estrena Dime como parte de la serie Mates del sello londinense Atata Records, un lanzamiento inesperado que nos prende las ansias por escuchar nueva música de la española, quien nos descrestara con su debut Cásala y luego repitiera la fórmula con el denso Hondo.
En esta nueva entrega Sole Parody se asegura de cubrir varios campos y de llevar su sonido varios niveles adelante. Reside en Dime el mismo ánimo errante de canciones como Peligroso Criminal y Family Trip, esa rendición al baile y al trance que tanto nos puede en artistas como El Guincho o Animal Collective. Por otro lado, la seguimos descubriendo afilada, indagando en temas profundos, como lo hiciera en su segunda placa:
"Dime dónde duele
Por el filillo del llanto
se asoman a vernos futuro y pasado,
no tome asiento la pena
que yo he de seguir caminando."
Varias analogías recorren una letra entre la poesía y la espiritualidad, hurgando como explorador en los lugares donde aflora la tristeza, y es justo allí donde parece intervenir la música, una mezcla de techno y trance cabalgante que nos libera de toda carga y nos invita a perdernos en los senderos del baile. Pareciese que la misión de Sole es la emancipación, partiendo del ego y diseminando un mensaje que se diluye en la exploración musical como un antídoto para los malos momentos.
Atesoramos este tipo de intervenciones benévolas, el riesgo y el efecto que pistas como Dime logran a primera escucha, una más para la cuenta de Le Parody, nuestra canción obsesión de la semana.
El Anfiteatro Coca Cola presentó actos en dos escenarios vecinos (Foto: Catalina Agüero)
Las expectativas eran altas y fueron cumplidas. El clima fue incierto, pero nada que impidiera una jornada bastante confluida. Hubo retrasos y modificaciones a última hora que dieron justo en nuestros corazones. La cancelación del show de Alex Anwandter nos marcó, pero aún tenemos la esperanza de verlo pronto.
Vimos más de tres crowd-surfings, unas cinco camisas del Unknown Pleasures, varios anteojos de sol sacados de un clóset de los años 80 y un par de perros. Esto -y sobre todo, la música- fue Epicentro 2018.
A pesar de contar con una alineación que en su mayoría incluyó a artistas masculinos (el 15% eran proyectos liderados exclusivamente por voces femeninas) y de la cancelación del show de Alex, las propuestas del festival terminaron por congregar al final de la jornada a más de 2000 personas. Un logro que para el sector alternativo de Costa Rica y la región, significó un gran paso al llevar el concepto de “festival” a otro nivel.
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Iniciada la jornada nos apuramos a ver a la compatriota Elsa y Elmar, quien daría uno de nuestros conciertos más anticipados y que no decepcionó, a pesar del vasto público que se encontraba en el escenario Alerta -espacio dedicado sobre todo a propuestas de corte electrónico o experimental y que permitió una conexión más íntima entre artistas y público-. Ahí, Elsa yacía con vestimenta deportiva -siguiendo la línea de su más reciente vídeo Culpa, Tengo- y se paseaba en el escenario al son de una banda que replicaba ritmos bailables de Rey y otras canciones no publicadas aún.
Entre canciones la cantante aprovechaba para encantar (más) a la audiencia con su carisma. Aludiendo a la similitud entre el acento colombiano y el tico, Elsa se preparaba para ir cerrando su concierto, que no necesitó de tanta introducción de canciones para hacer del limitado público un grupo de cuerpos bailando con el pop espirituoso.
Posteriormente nos dirigimos hacia el Anfiteatro Coca Cola, recinto que fue dividido en dos escenarios: el Lado A y B. Por su parte el estadounidense Colin Caulfield (también miembro de la banda neoyorquina DIIV) inauguró la jornada en el Lado B con su propuesta synthpop. Con un set minimalista, pero entretenido, el cantautor dio luz verde para que las vibras groovy empezaran a hacer de las suyas.
En el Lado A, escenario vecino, la agrupación costarricense Las Robertas se preparaba para presentar en casa, temas de su más reciente álbum Waves of the New. Entre visuales psicodélicos y ropajes vintage, los de San José empezaron a llenar el auditorio con decenas de cabezas moviéndose al ritmo de voces distorsionadas a cargo de Sonya Carmona y Mercedes Oller. Repasando temas de sus tres discos con una envolvente reverberación, la banda cerró su presentación con una oda al músico Lou Reed (I Wanna Be Like You, Lou).
DIIV: primera explosión nostálgica de la jornada (Foto: Tatina Madrigal)
Ya acalorados por el concierto de los costarricenses y de por sí, el cálido clima del lugar, nos dispusimos a escuchar parte del show de los profetas lo-fi, DIIV. Canciones como Follow nos remitieron a una juventud distante, pero cercana a la vez, que causó un sentimiento de nostalgia generalizado. La audiencia coreó a ojos cerrados y se dejó hipnotizar por las tonadas de Zachary Cole Smith y compañía. El concierto de los DIIV nos entregaría los primeros crowd-surfings del día y sobre todo, la reconexión con el sentimiento angst juvenal. Los pronósticos empezaban a ser buenos.
A mitad de la presentación de DIIV,nos dispusimos a presenciar uno de los actos más novedosos de la escena costarricense, a cargo de Javier Arce, ex también vocalista de la banda Cocofunka. Su show se llevaba a cabo en el stage Alerta, al cual llegamos luego de presenciar una afluencia cada vez más significativa en el Parque Viva.
Bajo una constelación de luces multicolor, Javier Arce tenía ya a un buen puñado de personas agitándose y danzando mientras sus pistas -armadas entre beats, guitarras y guiños afroamericanos- retumbaban en el escenario más cerrado del festival. Sin lugar a dudas, fue con el costarricense que encontramos nuestra primera sorpresa del día. Acá vimos a una audiencia tan fiel, como respectiva. La atmósfera multisensible del cantautor y su banda bloquearon el sosiego en la audiencia. Onces o Quise Fuego, representaron dos clímax en paralelo que de inmediato incrementaron nuestra sed por escuchar el disco debut del cantautor, a estrenarse pronto. Por si fuera poco, Javier invitó a Macha Kiddo, rapera tica que se ha hecho un buen lugar en la escena costarricense con rimas efectivas, como si se tratara de bofetadas.
La banda costarricense 424 invocando sensaciones naturistas (Foto: Catalina Agüero)
Mientras esperábamos a que llegara el turno de Jesse Baez en el mismo escenario, bajamos al Lado A para escuchar a 424. Su pop naturalista no es de nuestros favoritos, pero es reconocible la gran cantidad de seguidores que se han hecho. Su presentación varió al entablar conjugaciones sonoras melodiosas y a veces, relampagueantes.
Pasados los minutos, cumplimos con nuestra obligación de correr hacia el Alerta y guardar espacio para escuchar al guatemalteco Jesse Baez, cuya propuesta ha revolcado las escuchas en plataformas musicales al hacerse de himnos urbanos que corresponden a versiones en español de piezas como las de The Weekend o PARTYNEXTDOOR. Por 45 minutos Jesse deleitó con la fineza de su r&b, haciendo mover los cuerpos lentamente. Con varios guiños trap, el chapín retornó el calor al escenario y terminó por duplicarlo al invitar a Álvaro Díaz (quien horas después se presentaría sobre el mismo escenario) para hacer nuevamente una nueva fiesta dentro de Epicentro.
El futuro del r&b regional está en manos de Jesse Baez (Foto: Catalina Agüero)
Luego de la fiesta vivida con el guatemalteco, nos dispusimos a probar una parte de lo que quedaba del concierto de los mexicanos Little Jesus, en el Lado B. Para nuestra sorpresa el lugar se saturó más de a como lo vimos desde la última vez. Si algo logró Epicentro, fue el consolidar grandes públicos y tan disidentes. Con la agrupación mexicana no fue la excepción. Llegamos a presenciar la invitación que el grupo le hizo a Elsa y Elmar para la colaboración realizada hace un par de años con TQM. Las sonrisas en los presentes y sobre todo, los brincos, confirmaron que el característico rock pop de la banda sabe encantar verdaderamente. Como pico alto de su presentación (y también del festival) resaltamos el momento en que su célebre hit La Magia se escuchó . Con Azul como cereza del pastel, los mexicanos dejaron en el aire un ambiente de frescura, despidiéndose así de un satisfecho público costarricense.
Little Jesus encantando junto a la colombiana Elsa y Elmar (Foto: Catalina Agüero)
El festival continuaba para nosotros en el Alerta. Sí o sí teníamos que ver a Monte, banda costarricense que desde hace un par de años ofrece tan solo uno o dos conciertos anualmente. Reimprimiendo su característico rock existencial, el trío se aseguró de no marcharse sin causar unos tres crowd surfings y la entonación de varios de sus himnos como San José (canción dedicada a la vida en la capital costarricense), Neón Furioso o en cortes más nuevos como Miles de bestias. La experiencia de Monte se vivió como pocas veces. La nostalgia y el éxtasis afloraron dentro en uno de los mejores conciertos de la jornada.
Los himnos de una generación costarricense entonados desde la iglesia de Monte (Foto: Catalina Agüero)
Y si de mantener la llama encendida se trataba, de eso se encargaría el dúo regiomontano Clubz. En su segunda visita al país en formato banda, Orlando Fernández y Coco Santos -integrantes del proyecto- supieron desde un inicio lo que el público deseaba: bailar. Hilvanando su presentación desde las densas capas electrónicas de Paracaídas, hasta llevarla a momentos de desenfreno como Golpes Bajos (acompañado del performance de Orlando al unirse al público y cantar desde abajo del escenario) o Afrika -donde se acompañaron de integrantes de Little Jesus-, la dupla absorbió la energía de toda la audiencia con un set cuya duración se percibió rapidamente.
El desamor suena mejor si es con synthpop. Clubz lo sabe (Foto: Catalina Agüero)
Una hora después nos dimos a la tarea de seguir con el baile y quién mejor para hacerlo que el también mexicano Celso Piña y su Ronda Bogotá. En un ejercicio orquestal de fusionar la cumbia colombiana, el equipo de Celso convocó a decenas de desconocidos y curiosos ante un escenario que se entendió como la perfecta comunión de acordeones, trompetas y percusiones. Un sandungueo digno de recordar.
Paralelo a la presentación del mismo, en el Alerta se escuchaban las frenéticas composiciones de Rey Pila (banda que llegó a sustituir la presentación de Wavves, quienes también cancelaron su show horas previo al festival). En palabras de muchas otras personas, lo de la banda mexicana fue uno de los mejores “ases bajo la manga” que Epicentro utilizó. En un intento de rescatar el desenfreno musical que los californianos Wavves aportarían, Rey Pila llegó a reponer con la misma actitud.
Densidad y jolgorio: los dos sinónimos de Epicentro 2018 (Foto: Catalina Agüero)
Siendo Rey Pila el último show latino de la jornada, solo quedaba entregarnos a la brutalidad de los sets electrónicos -en distintos matices- de la dupla 2manydjs y de la canadiense Jessy Lanza. Por más de dos horas los hermanos belgas 2manydjs desmenuzaron a la audiencia en el Anfiteatro, con canciones que iban desde el house hasta el indie. Todo un rave millennial, pero que dentro del cóctel diverso, también convocó a personas de todas las edades.
22 años de experiencia electrónica a cargo de 2manydjs sobre un escenario (Foto: Priscilla Alfaro)
Como acto penúltimo estaba Jessy Lanza y su magia r&b y electropop. En la intimidad del escenario Alerta, Lanza exploró las aristas más sensibles de la audiencia al empezar con una presentación etérea que de a poco fue aumentando revoluciones con éxitos bailables como Never Enough y VV Violence. Si el cansancio no estaba bien justificado para esa hora, el concierto de la productora canadiense fue la excusa perfecta para estarlo. Su música cerró con broche de oro la pista de baile en Epicentro.
Las múltiples texturas de Jessy Lanza hicieron de su show la perfecta ceremonia electrónica (Foto: Priscilla Alfaro)
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Con piernas cansadas, voces afónicas y corazones satisfechos; cerramos la quinta edición del Festival Epicentro. Un sí rotundo que desde ya ha trazado un nuevo concepto de lo que la fiesta y la música pueden llegar a ser. Los retos quedan evidenciados para la organización, pero confiamos en que este ejercicio de reunión de sonidos diversos irá mejorando con ediciones venideras. Nos vemos pronto Costa Rica. <3
Una fotografía a blanco y negro de un rostro que apenas reconocemos entre hilos de cabello, una mujer en un traje masculino, un lejano paisaje de montañas y en letras azul klein: Un hombre rubio. Así se presenta Christina Rosenvinge en su nuevo disco, revelando desde título e imagen una intención: impersonar a un hombre.
Como hermano antagónico, Un hombre rubio entabla cercanía con La Joven Dolores (2011), un disco que aquí consideramos obra maestra y reluce en nuestro altar. Esta hermandad se explica en la columna vertebral de cada uno: mientras La Joven Dolores es una tesis sobre la figura femenina, un retrato múltiple que abraza distintos referentes culturales; Un hombre rubio, es la vuelta de tuerca en la que esta artista examina con la misma profundidad la figura masculina.
La primera canción es un manifiesto. “No tengo proezas de conquistador, no tengo certezas como pensador, no entiendo nada de un motor, no soy de esa cofradía”, anuncia la voz de un hombre que no sabe ser mecánico, cazador o galán, metáforas de los oficios que históricamente se han asignado a los varones, y esta voz se compara en su vulnerabilidad con La Flor entre la vía. Atrás han quedado los susurros a lo Feist y más parecida a PJ Harvey, Christina entona esta declaración en una melodía de reiterativa percusión.
Como una carta en la que el padre es destinatario, Romance de la plata esboza una biografía. Valiéndose de los símbolos presentes en su apellido: Rosen (Rosa) y Vinge (Ala), Christina se aproxima a su padre, comprendiendo al fin sus decisiones y comportamientos. En algunas entrevistas ha dicho que él, siendo un hombre sensible y cercano al arte, tuvo que cumplir obligaciones que en su vida lo alejaron de esta verdad, incubando en él un sufrimiento que más tarde se manifestaría fuertemente. El perdón llega al final la canción: “¿Cómo no voy a entenderte, padre? Si es mi misma soledad”. Imperdible el bellísimo video/performance que nos muestra a la artista visitando la tumba de su padre e interpretando esta canción, sola con una guitarra de palo, versión que llega a conmovernos más que la contenida en el álbum.
En otro ejercicio poético, El pretendiente, una aparente canción de amor esconde en su lecho profundo la historia de un inmigrante africano tratando de ganarse un lugar en España, enfrentado así a las cuatro reinas de la baraja, como si de coquetearles se tratara. Esta pieza magistral se rige por una poderosa aleación del piano y la batería, y un final de finísima electrónica que nos señala un dudoso desenlace, para nuestro superviviente, “El puente es de agua”.
Otro hombre habla ahora, uno que ha perdido a su amante tras un corto pero memorable encuentro. En Anay los pájaros alcanzamos a intuir un juego de personajes, como si nuestra Christina se describiera en tercera persona, siendo la fugaz Ana, una femme fatal que nos da una lección de liviandad y desprendimiento. “Cada mañana era una ofrenda, cada noche era imperial, una semana hizo leyenda”, y es que quizá de cuatro o cinco noches como esas tal vez pueda vivirse como de un largo amor toda una vida.
Niña animal y Berta multiplicada subvierten el concepto del disco, al retratar ahora a dos mujeres que en su comportamiento se asemejan a fieras, al instinto animal e impetuoso que asociamos generalmente a los hombres. En la primera hay sentido del humor y en la segunda, solemnidad. Berta multiplicada es una epístola a la hondureña Berta Cáceres, líder indígena y activista del medio ambiente, que en su lucha fue asesinada. En su homenaje, Christina pregunta si acaso el alma animal de Berta prevalecerá en forma mineral, polvo estelar, arboleda, o lobo blanco que “no aulla a la muerte, aulla a la vida”, y esta última palabra, vida, y Berta, se alternan y repiten como un mantra, se multiplican en un emocionante desenlace que eleva y estremece.
Y si en este álbum repleto de tesoros tuviésemos que elegir solo una joya nos decantaríamos por Afónico. En un tono bíblico, este hombre que habla a través de Christina, casi pierde la voz en su plegaria. Está llamando a otro hombre, uno superior, quizá un amante, un padre, o un dios que le ha dado la espalda. “Soy el hombre que arrojaste a la tormenta, soy el péndulo entre el vicio y la virtud”. La desesperación aumenta con la canción, que va de un preámbulo sosegado a un convulso desenlace. En algunos vídeos de la presentación del disco en vivo hemos visto a Christina dándolo todo al interpretar Afónico, de rodillas y emitiendo gritos desgarrados al final de la canción, esperamos tener pronto la oportunidad de atestiguarlo en vivo.
Hay dos maneras pues de aproximarse a Un hombre rubio, y quizá a la discografía misma de Christina: una, desde el goce melódico y la admiración por la producción que esta vez ha corrido por su propia cuenta, en él hay riqueza instrumental, sofisticación y un disfrute en la pronunciación de las palabras, su cadencia y la belleza formal que ha heredado de la poesía. Y otra aventura es querer entender sus letras, ahondar en las entrañas de cada canción, una misión que como habrán leído, aquí nos interesa siempre.
Con la quinta edición del Festival Epicentro a la vuelta de la esquina, hemos decidido apostarle a varios de los actos que se presentarán en Parque Viva (San José) durante la diversa jornada rítmica. Dejamos claro que la emoción por ver otros actos angloparlantes es la misma que tenemos frente a varios de los exponentes latinoamericanos. Artistas cuyo vínculo también establecimos desde la adolescencia (la nostalgia juvenil de DIIV) o en la actualidad (Jessy Lanza y su hipnótico pop) nos recuerdan que la oferta del festival costarricense da para todos. A continuación un repaso por los actos que si o sí -consideramos- nadie debería perderse este 22 de abril.
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Alex Anwandter
(Chile)
De la música de este padre del pop, hay mucho por sentir y estar emocionado. Tratándose del constructor de dos obras magnas de la actualidad (Rebeldes y Amiga), Alex nos entregará los ganchos más potentes de la balada pop así, como de los ritmos que coquetean frecuentemente con el synthpop. Con sus tonadas, el cantautor chileno nos inducirá a una especie de terapia donde las disidencias son olvidades con un baile o bien, rezando sus manifiestos políticos.
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Monte
(Costa Rica)
Consagrada como una de las bandas más importantes de la escena costarricense, Monte genera choques entra la euforia guitarrera y la introspección frente al existencialismo. Con una discografía sustentada sobre cinco poderosos EPs, no hay canción o riff que no se adapte a las situaciones más complejas o hermosas de la vida. Este trío de San José
levantará en Epicentro el espíritu doliente de muchos, hasta elevarlo en
un éxtasis que no considera el paso del tiempo. Capas ásperas
para dejarse llevar.
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Elsa y Elmar
(Colombia)
Desde
hace un par de años, Elsa y Elmar ha conertido su alquimia musical
en uno de los proyectos más accesibles y delicados simultáneamente.
Con tan solo un disco y un EP, la colombiana se ha ganado el corazón de
millones de oyentes (si no lo creen, que hable su perfil de Spotify ¯\_(ツ)_/¯),
como si se tratara de una hechizera efectando conjuros synthpop.
Consideramos así a Elsa como una abanderada colombiana idónea para
representar la actualidad de nuestra escena dentro del venidero festival. Si buscan pop fresco, ya saben donde encontrarlo.
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Álvaro Diaz
(Puerto Rico)
Álvarito Díaz es uno de esos artistas que al escucharlo por primera vez, se sabe lo que trae entre manos. Es de esos que no parecen pasarsela mal y que a la vez, se salen con la suya. Pero más allá de explicarlo prematuramente como un bandolero, este boricua sabe armar su música entre mezclas de trap y r&b cobijadas sobre líricas sensibles y hasta tristes. En su extensa carrera dentro del género, donde puede incluso llevarle delantera a artistas como Ozuna, Álvaro Díaz ha reconfigurado el trap alternativo al cantarle a todos y a nadie; el sonido urbano de las relaciones es sinónimo de su arsenal de hits.
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Clubz
(México)
Este duo mexicano pareciera llevar más de 10 años haciendo música. Con un solo EP bajo la manga y unos cuantos singles, la dupla oriunda de Monterrey se ha hechado en el bolsillo a miles de fans a lo largo de Latinoamérica y recientemente, en España. Hilando su temática musical sobre lamentables relaciones e intentos fallidos en el amor, Clubz presenta lo mejor de la ironía al contraponer situaciones fatídicas y la dulzura pop. Himnos fáciles de recordar y por supuesto, de bailar (aunque sea llorando).
Poco hemos sabido de Los Pilotos. Cuando en 2015 se estrenó Contemplaciones: homenaje iberoamericano a Jeanette, nos sorprendió su aparición junto a La Bien Querida en un bello cover a Negra estrella, ahí supimos que este dúo se componía con integrantes de Los Planetas, pero es que poco o nada conocemos de esta importante banda española, reconociendo otra deuda pendiente en nuestro blog.
Sin embargo el libro de los acontecimientos, siempre abierto a la mitad, nos ha traído de vuelta su nombre con una curiosidad definitiva: un nuevo EP que reúne caras más que familiares para nosotros, en un ejercicio de arquitectura de canciones tan impecable como emocionante. Alianza Atlántica contiene cuatro momentos que se adhieren al imaginario del dúo: referencias aeronáuticas, viajes espaciales, misiones secretas, todas ellas metáforas para el amor y la reflexión.
Los copilotos de esta aventura son entonces: las chilenas Javiera Mena y Mariana Montenegro (de Dënver), el argentino Diosque y el mexicano Camilo Lara (Mexican Institute of Sound). Una verdadera Alianza Atlántica que conecta la curiosidad de este proyecto español por los artistas latinoamericanos. Si bien las melodías y letras estaban preparadas, a Los Pilotos les interesaba entablar un diálogo con sus invitados y enriquecieran no solo con su interpretación sino con otras palabras y sonidos este intenso plan de vuelo.
Así, Guerra en la tierra fue construida junto a Camilo. Sobre la base de Los Pilotos, entre surf y new wave, él compuso la letra y aportó efectos de sonido desde su estudio en México, para sumergirnos en un convulso escenario futurista. Contemplamos un planeta en llamas mientras se confunden instrucciones de pilotaje con fragmentos poéticos, a un ritmo cada vez más acelerado, de clímax cinematográfico.
Atravesamos después un paisaje más apacible en compañía de Diosque, que también ha querido ser letra y voz en la melodía existente. Te sobrarán las palabras tiene la rareza que esperábamos, aunque nuestro cantautor se muestra esta vez ilusionado y expuesto, pues pronto comprendemos que es esta una balada de amor no correspondido. Nos alejamos entonces entre nubes y bellísimas líneas como: “Ay, cómo te extraño mientras te estoy mirando” o “Cuelgo ropa y aprovecho para mirar el cielo”.
De las cuatro canciones, Nubes de fuego fue elegida como sencillo, y ha de ser por su fuerza de himno. La voz de Javiera Mena nos guía en esta canción sobre el desprendimiento, escrita en un principio por Los Pilotos, revisada y grabada en conjunto aprovechando uno de los viajes de Javiera a España. “Vientos del norte, dame el último adiós, y las nubes de fuego, que consuman mi dolor”, en otra alusión al viaje hemos quemado las naves y nos despedimos definitivamente de aquello que nos oprime, y abandonamos esperanzas, hasta el amor seguro sabremos perder para ir en busca de una verdad profunda y desconocida. Repetimos como un mantra: “Y esta va a ser mi oración, de todo corazón”.
Parecemos acercarnos a nuestro destino. Los Girasoles anuncia un encuentro pero una Mariana Montenegro, que tan bien ha encaminado su voz a la nostalgia, un poco Twin Peaks, nos revela que esta ilusión será pasajera, pues nuestro héroe, nosotros mismos, hemos llegado hechos otros, pero no lo lamentamos, porque sin tal ilusión no habríamos emprendido el camino. Todo vuelve a estar en suspenso.
“Tú necesitas un buen despojo, un año sin pensar, brillantes piedras con acuarelas, un año sin hablar”, la primera sentencia en la audaz melodía de Balún, que en pocos segundos nos ha llevado de la electrónica minimalista al merengue, y del dreampop al reggaetón. En su aleación sonora, El Espanto nos sirve de divertido ritual: aquí bailamos para sacudirnos la mala suerte, como un baño en plantas aromáticas, ruda y canela, para espantar al mal de ojo, un guiño a tantas creencias latinoamericanas.
Esta bella canción da cuenta de una belleza aún mayor: el multiculturalismo. Canciones como La nueva ciudad, El espanto y las que llegarán pronto en su nuevo disco, existen gracias a la experiencia y sensibilidad de este grupo de artistas puertorriqueños que ha vivido años en Nueva York. Expuestos a la vanguardia, han sabido atesorar y sublimar sus raíces.
Cuántos estados hemos atravesado en una sola canción, del sólido al gaseoso, y en un eufórico final que podríamos asociar a Pluto de Björk, nos embarga la emoción por conocer al fin el Prisma Tropical, álbum que saldrá a la luz en julio 20 del 2018, y desde ya nos irradia.
Desde hace cinco años la propuesta de conciertos Epicentro, en Costa Rica, se ha encargado de reunir anualmente proyectos musicales de la vanguardia sonora internacional. Si bien, sus inicios datan a un reclutamiento iberoamericano en cuanto a curaduría de los shows, pero no fue hasta 2017 que la inserción de actos angloparlantes empezó a darse.
Con estos antecedentes y la buena recepción que ha tenido la organización en Costa Rica (y la región), Epicentro ha anunciado una gran edición para este año 2018. Basándose en el prototipo que han legado eventos en el país como el extinto Festival Imperial o el más reciente Festival Nrmal Costa Rica 2015 (el cual visitamos), Epicentro nos proveerá de un terremoto de sonidos que prometen el goce incesante.
Este año la dinámica cambia, pero preserva el sello de la casa al referirse a artistas de alto calibre que han hechado raíces desde el denominado do it yourself. Tanto en el frente latinoamericano, como el anglosajón, Epicentro abordará las vertientes del pop magistral, las vibras más ásperas del garage y la intensidad de la psicodelia o la cumbia.
En tres escenarios distintos, los 19 artistas lucirán ante ávidos y curiosos lo más fresco de sus producciones; tratándose así de 12 horas donde la melomanía y la diversidad confluirán.
Alex Anwandter y su potente statement pop coexistirán junto a propuestas como la mexicanos Kinky y sus inequívocos versos. A su vez, la colombiana Elsa y Elmar nos representará en el festival, al desplegar su tela mágica de synthpop. Por otro lado los ritmos urbanos con el sello latino también retumbarán Epicentro, de la mano del guatemalteco Jesse Baez y el boricua Álvaro Díaz.
La propuesta es grande, al igual que nuestras expectativas. Sin embargo, no será hasta este 22 de abril cuando decodifiquemos esa fe prematura, durante la cita con varios de los actos más interesantes de la escena global. ¡Nos vemos en Costa Rica!
El nuevo sencillo de Empress Of nos sorprende por su mezcla bilingüe, reviviendo las inolvidables líneas de su hit primigenio Tristeza y la traducción literal de Water water, Agua agua, canción con la que definitivamente caímos en su embrujo electrónico y que cerró magistralmente con su debut, el inmaculado Me.
Los pasos luego del enamoramiento no han sido menos encantadores, la apabullante Woman is a word y Go to hell, ambas manifiestos de intenciones y puentes bien construidos para lo que se anticipa con este estreno doble.
Trust me e In dreams se dejan leer de forma transparente, tanto en español como en inglés, intercalando estrofas en ambos idiomas, Empress Of logra un equilibrio sorprendente para transmitir el peso emocional que contiene la letra: "Here I am, I'm vulnerable again. I'm on exhibition, I need you to listen" cual grito desesperado del amante que ruega por atención, o bien del músico que anuncia su regreso a la escena sin tapujos y en total desnudez. In dreams por su parte no es menos explícita. Ambas canciones son compuestas con una base electrónica ligera, dando espacio a una voz que nos toca ahí donde más duele.
Iglesia, escuela, fuerzas policíacas y fuerzas demoníacas se alternan como sinónimos en el nuevo videoclip de Triángulo de amor bizarro, dirigido por el gran Luis Cerveró y que nos recuerda lejanamente al bello Marduk de Austin tv. Les llevaré mi cruz nos espera en la orilla donde canciones como Barca quemada y Baila Sumeria nos situaron en 2016: letras plagadas de pasajes bíblicos y versos románticos que un su confusión algo profundo intentan decirnos. Pero nosotros, faltos aún de un completo entendimiento, preferimos rendirnos a la belleza de las imágenes que a la búsqueda de sentido. Así, la interpretación que hace Cerveró, enrevesa aún más una ya confusa letra y nos entrega escenas dignas de congelar en postales: un policía de las fuerzas especiales cargando el peso de una cruz o un grupo de ellos persiguiendo ovejas, golpeando niños; un beso entre Isabel la católica y el monstruoso Krampus, unas chiquillas dispuestas a decapitar o una colección de pegatinas de viejas campañas como “¿Nuclear¡? No gracias”, “España te amo” o “Vota Popular AP”. ¡Cuánta información! Tardaría una vida intentar develarla.
Llegamos tarde al primer álbum de la española Caliza, Medianoche/Mediodía (2015). Más de un año habría pasado ya cuando le conocimos y caímos rendidos ante su bella conciliación de melodías y letras, Madrid se convirtió en una de nuestras canciones favoritas, y agradecimos entonces que la música supiera ser eterna.
Hoy asistimos puntuales al estreno de un nuevo disco, y en esta reseña saldamos la deuda con una buena artista y los himnos que nos sigue regalando. Mar de cristal (2018) es una sofisticada continuación a la ya sintética propuesta que conocíamos.
Una electrónica cruda y una capacidad lírica que podríamos asociar a Molly Nilsson, y en momentos a varios artistas del sello Astrohúngaro (Hidrogenesse, Espanto o Chico y chica), con una diferencia notable: la dulzura que se diluye en cada canción.
Hay en Mar de cristal un alto contraste entre ingenuidad y existencialismo. Sus letras brillantes y de fácil identificación, nadan en una orquesta de sintetizadores y arreglos a veces duros-metálicos, otras muy suaves-susurrantes, y sobre todo percusiones y vacíos-espacios, dando una atmósfera de suspenso que se mantiene de principio a fin.
Así, tras un instrumental Himno a Italia nos recibe la bella Call of duty con ese llamado a la acción: “Abraza la belleza y dile a todo que sí”, entre la duda nos regala el optimismo y nos sugiere un tímido baile. Oro en cambio se mueve a un paisaje nocturno, “En el día de la brillante estrella te encontré, pero todas las estrellas tienen que palidecer”, brillantes notas del teclado viajan en la oscuridad.
La Spezia con su coqueto coro en italiano, nos recuerda un viejo himno de El amarillo, la canción Lógica de Prissa, aquel proyecto de Francisca Villela (Panxi) y la infaltable Javiera Mena. Caliza nos regala aquí otra afilada letra, plagada de aforismos: “Me desdigo de lo dicho, de lo dicho tiempo atrás. Lo que llega de repente, suele hacerse de rogar” y una más clara intención de hacernos bailar, más en soledad que una fiesta. Aquí otra perla: “Estamos a dos pasos, a dos pasos y no más. Ni muy cerca, ni muy lejos, la distancia ideal”.
El paso es el momento de mayor reflexión, confirmando aquí la especial mirada al mundo que Elisa Pérez (Caliza) hace y nos comparte, entablando tal cercanía, la bella certeza de sentir que una canción es nuestra, escrita para nosotros aquí y ahora: “¿Lo he intentado lo suficiente o me he rendido al empezar?”.
Volvemos a ascender con la rítmica Mil piedras, que equilibra una dramática letra con una divertida melodía, haciendo menos escandalosa la sentencia: “Y yo, que no tengo ni una herida, me desangro”. Pero es Apaño el clímax de este climático disco, en su guiño tropical y selvático seguimos una melodía que pareciendo reggaetón rebajado nos invita a bailar hasta abajo, la curiosidad de Caliza alcanza un nuevo estadio, como diría su propia letra, ha ido muy lejos en busca de su yo.
En Amistades peligrosas todo vuelve a sacudirse, estamos ahora en una discoteca noventera, intercambiando miradas con extraños y esperando el milagro del amor o algo que se le parezca. A esta intensa canción le sigue Crispy, que en su tensión y un toque hip hop sirve de recta final a este precioso disco que confirma una verdad: el diablo está en los detalles. Río arriba es nuestra despedida, otra melodía aterciopelada que forma un círculo con el inicio del disco, invitados estamos entonces a repetirlo y descubrir en él nuevas sutilezas.
Larga vida a las canciones que duran menos de tres minutos. Aquellas que muchas veces gozan de una expresión tan urgente como la brevedad que las caracteriza, resultando ser una liberación catártica de los pensamientos de sus creadores, sobre todo si hablamos de punk y aquellos subgéneros de vertiente contestaría que conocemos ya de varias décadas atrás. La joven agrupación limeña Kill
Amigo parece acomodarse muy bien a lo dicho, habiendo publicado el año
pasado un primer disco de estudio con diez canciones que abarcan menos de veinte
minutos de duración. Una obra que temáticamente es una explosión constante de
todo tipo de angustias adolescentes. Una experiencia densa que también busca ser experimentada de manera física, sobre todo en el medio de un pogo, lugar donde varias personas parecen intentar exorcizar sus demonios.
Y como quienes perfeccionan la
fórmula ganadora, Kill Amigo no pierde tiempo y regresa este año presentando Bronto, single cuya
composición tiene la misma efectividad de una montaña rusa, llena de cambios de
velocidad, más que nada en aquellos “ohhhhs” algo necio que separan
cada fragmento de la canción. Líricamente sigue en la misma vertiente que sus canciones anteriores (“Autocompasivo has sucumbido ante la ansiedad / todavía
no has vivido, pero tú ya quieres más”), siendo la noble diferencia el también
ser un –por momentos esperanzado- mensaje dirigido
a un viejo amigo: Bronto Montano, anterior guitarra y voz de la
agrupación (“Lo único que nos motiva es saber que volverás”).
Sin mayor noticia sobre si estamos ante un empático single suelto o primera muestra de una futura producción de estudio, es
cuestión de tiempo saber hacia donde se dirigirán los impulsos e inquietudes de
Kill Amigo. Solo queda esperar verlos regresar, como Bronto.